Académicos y docentes examinan la importancia de enseñar literatura
“Van a permitirme que no les coloque a ustedes un ladrillo de
literatura y teoría educativa, sino que les hable de lo que realmente
conozco. De la experiencia de vida y libros que sostiene lo que escribo,
lo que digo, lo que pienso. Y de cómo unas cosas me llevaron a otras,
del mismo modo que a cualquier muchacho con un libro cerca éste le abre
puertas que, de otro modo, permanecerían cerradas mucho tiempo, o tal
vez para siempre. De la literatura como mecanismo, como arma, de
educación y de vida”.
“Durante veintiún años, como reportero, trabajé en países en guerra. Y
desde hace ahora treinta años escribo novelas. Sin los libros que me
acompañaron desde el principio, explorando delante de mí el camino, tal
vez me habría perdido mil veces en esa vasta geografía de las guerras y
las catástrofes que empecé a recorrer muy joven. Los libros me ayudaron a
empezar el juego con ventaja. En el principio, por tanto, fueron los
libros. La biblioteca. Yo tuve la suerte de empezar a leer muy pronto.
Vengo de una de esas familias con bibliotecas grandes, y eso facilitó
las cosas”.
“Esa memoria literaria es mi verdadera patria como lector. Y como
escritor. La matriz de la que parte todo. Hace algún tiempo, un buen
amigo mío me propuso, a modo de juego, que elaborase la lista de los 100
libros que, de una u otra forma, más habían influido en mi vida, como
lector, como escritor, y como individuo. Me puse a ello por curiosidad
y, para mi sorpresa, descubrí que de esos cien libros la mayor parte los
había leído ante de los veinte años. Y, siguiendo con la sorpresa, a la
hora de reflexionar sobre ello y establecer relaciones, caí en la
cuenta de que, en realidad, el resto de mi vida, lo que he hecho ha sido
buscar en los viajes, en los amigos, en todo lo demás, la huella que
esos libros me dejaron. Y a reescribirlos, como novelista, una y otra
vez, bajo luces diferentes”.
“En realidad, igual que, dicen, el hombre intenta volver
inconscientemente al claustro materno, yo, tras haber vivido, deprisa y
con intensidad, el mundo real, intento ahora, con mis novelas, tal vez,
volver a mis libros de juventud. Reescribir aquellos libros, pero a mi
manera. Proyectar en mi propia vida aquellos años de lecturas
ininterrumpidas, cuando todo estaba aún por descubrir y cuando todo
cuanto podía caber en una vida aún por vivir era posible. Si fue la
literatura la que me empujó a llevar esa vida, una vez vivido todo eso,
el camino lógico, natural, era un retorno a las fuentes. Un regreso a
ese origen. A la literatura”.
“Que alguien que se inició como lector apasionado y se hizo reportero
a causa de la literatura regrese allí de donde vino, no sólo no es una
paradoja, sino que es lógico. Incluso como aventura. Recuerden que,
según los cánones del género, por aventura entendemos un viaje lleno de
peligros o descubrimientos, a cuyo término el protagonista encuentra la
felicidad o la decepción pero que, en cualquier caso, ha progresado en
el conocimiento de sí mismo y del mundo en el que ha vivido. Y todo eso
lo sé, lo sabemos, lo saben ustedes, gracias a la literatura. A los
libros que en primer lugar nos muestran el camino por donde irnos y en
segundo lugar, al regreso, nos permite ordenar lo que de tan largo viaje
traemos en la mochila”.
“La lectura como factor educativo. Como trampolín de vida e
inteligencia. De vida y futuro para un joven lector. El ser humano suele
llamar nuevo a lo que, en realidad, ha olvidado. Sin embargo, todo está
ahí. En esos tres mil años de memoria cultural: las repuestas a los
desafíos, las grandes soluciones, los grandes desastres, el ser humano
en su miseria y su gloria. Los libros, la lectura, no sólo dan el
conocimiento de una lengua y su uso correcto, o transmiten
conocimientos. Son también puertas al pasado, viajes del tiempo que
permiten a un joven pelear junto a los tlaxcaltecas, construir las
pirámides, navegar por el mar tenebroso, vivir la Italia del
Renacimiento, las independencias americanas, gritar su miedo y su valor
en campos de batalla o vivir la intensa emoción de la soledad y el
descubrimiento en un laboratorio, en un gabinete científico. Pasear
junto a filósofos griegos, luchar en las Cruzadas o ser amigo de George
Washington o de Beethoven”.
“La literatura da herramientas prácticas de vida, se adelanta a lo
que esos jóvenes tendrán que vivir en el futuro. Les proporciona
analgésicos para soportar el dolor, armas para combatir, mecanismos para
comprender. Pone a su disposición esos tres mil años de cultura, de
ciencia, de experiencia y de memoria”.
“Mi última novela se titula “Hombres buenos”, y se refiere a quienes,
en el siglo XVIII, creyeron que era posible cambiar el mundo con
libros. Hacer a sus conciudadanos, con libros y lectura, más cultos y en
consecuencia más libres. En este último año, en las entrevistas de
prensa, muchas veces me han preguntado quiénes son hoy los hombres
buenos. A quiénes podemos llamar así. Y en todos los casos he respondido
lo mismos: los hombres buenos, hoy, son los profesores. Los maestros.
Esos hombres y mujeres con frecuencia mal pagados, maltratados a menudo
tanto por el sistema como por la incomprensión de los propios padres de
sus alumnos, que sin embargo siguen fieles a su vocación y a su oficio,
intentan salvar a la mayor parte de los chicos que se les encomiendan.
Esos maestros capaces de dejar huella, de abrir caminos, de merecer que,
pasado el tiempo, algunos de esos alumnos los recuerden con afecto y
respeto. Héroes anónimos que saben que de los veinte o treinta chicos
que tiene en clase no se salvarán más que algunos, pero que esos pocos
ya habrán justificado sus esfuerzos. Su trabajo. Y para esos hombres y
mujeres buenos, para esos maestros, la mejor herramienta, el mejor
argumento, es un libro. Un libro que sepa, gracias a ellos, captar la
atención del niño, fascinar al joven, forjar al adulto”.
“Estoy convencido, quizá porque tengo biblioteca y he leído lo
suficiente para proyectarlo en la vida, de que viene un mundo duro.
Complejo y difícil. Un territorio hostil donde de nuevo, como en otros
momentos de la Historia, el ser humano va a necesitar enormes recursos
intelectuales para mantener la serenidad y la lucidez. Y también estoy
convencido de que para afrontar los desafíos de ese mundo que ya nos
llama a la puerta no basta el buenismo estúpido que los adultos hemos
organizado, llevamos mucho tiempo organizando, como mecanismo de
diversión y de educación de nuestros hijos. Todo eso se irá al diablo al
primer embate de realidad. Una realidad que siempre ha estado ahí, en
las fronteras del horror, y que desde hace más de medio siglo el ser
humano occidental se ha empeñado en olvidar y en negar”.
“En ese mundo que viene, que está ahí, que siempre estuvo pero que
ahora en los confortables hogares occidentales se percibe más, quienes
hoy son niños necesitarán armas defensivas, recursos intelectuales y
consuelo analgésico. Con maestros, hombres buenos, que los guíen por un
territorio de libros, de literatura que los conduzca al territorio de la
vida. Con libros como, por ejemplo, el Quijote. Ese libro complejo,
difícil de leer cuando se es joven y se está a solas, pero que en manos
de un buen guía, de un hombre bueno que sepa utilizarlo, ofrece una
panoplia extraordinaria de material con el que se puede trabajar en el
aula, pues todo está ahí: literatura, aventura, dignidad, fracaso,
ética, heroísmo, cobardía, amor, infamia, bondad, lucidez…. Con sólo un
Quijote como libro de texto, un buen maestro podría trabajar todo un
curso con sus alumnos de una forma eficacísima y fascinante, extrayendo
de sus páginas un temario tan completo como la vida misma. Un libro,
recordémoslo, que habría sido imposible sin un autor, Cervantes,
asendereado de lecturas y de vida. Con la mirada lúcida, triste y
bondadosa del hombre noble que ha leído, ha viajado, y a la luz de todo
eso escribe su obra inmortal”.
“El Quijote es la bandera de nuestra patria: esa patria de 500
millones de hispanohablantes. La única que nadie discute. La de la
lengua española que nos hace hermanos en Puerto rico y en España,
conscientes que si cada cual tiene la lengua que merece, nosotros
tenemos la lengua magnífica que merecemos tener. La lengua más hermosa
del mundo. Y a mí, que no soy muy de banderas y fanfarrias patrioteras,
pues a menudo he visto cuánto canalla se esconde entre sus pliegues y
sus notas musicales, debo confesar que me enorgullece decir esto aquí,
en español de la vieja Castilla mestizado, enriquecido por siglos de
historia, de sangres diversas, de lenguas, pueblos y lugares. Y hacerlo a
miles de kilómetros del lugar donde por azar nací. Hablar en español
hallándome en la misma patria, en la mía, al cabo de X horas de vuelo en
avión. Con la certeza de que aquí no soy extranjero y que ustedes no lo
son cuando viajan allí, y que en la sede de la Real Academia Española,
junto al Museo del Prado, ustedes tienen su casa del mismo modo que yo
tengo aquí la mía”.
“Por todo eso necesitamos hombres buenos, hombres y mujeres con el
patriotismo cultural al que acabo de referirme. Un patriotismo que nada
tiene que ver con fronteras o razas. Un patriotismo noble que busca
hacer mejores a nuestros hijos y nietos, en el que la literatura, la
lectura, siguen siendo herramientas educativas eficaces e
imprescindibles. La lectura, los libros, que permitirán a nuestros hijos
y nuestros nietos, en tiempos revueltos de mudanza, a ambos lados del
Atlántico, seguir pensando como griegos, pelear como troyanos y, cuando
llegue el momento, morir como romanos”.
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